Llegar a casa y recibir un mensaje suyo: <<Noche
perfecta. Gracias>> y sentir que te hundes en unas arenas movedizas
hechas de gelatina tan dulce y tan irresistible que con sólo olerla tu corazón
da un vuelco y sientes que te derrites de arriba abajo.
Soy feliz. Ahora sí que lo digo, lo afirmo, lo redigo y lo
reafirmo, y si fuera necesario lo chillaría a los cuatro vientos para que todo
el mundo lo supiera, aunque chillaría más alto si fuera innecesario y lo dijera
por el simple hecho de liberarme y dejar salir afuera todas esas sensaciones
tan cálidas y tan frescas que me inundan.
No es la primera vez que me siento así, feliz; aunque creo
que antes no lo era, o al menos no tanto como ahora, y puede que aún no sea del
todo feliz. No obstante hay algo nuevo, algo que antes no estaba, no
existía: me siento lleno. Me siento completo por primera vez en mi vida, no más
engaños para ocultar mis sentimientos, ya no son necesarios. Ni engaños, ni
mentiras, ni frialdad, ni impotencia, ni dolor, sufrimiento y odio… No. Todo
eso ya no está, se ha ido. Y ahora la gran pregunta: ¿Qué es lo que ha quedado?
Es obvio.
Yo mismo.
Mi “Yo” en su pura esencia, sin nada que lo retenga, sin
ningún obstáculo para desarrollar mi personalidad. Sólo quedo yo, estoy solo
aquí dentro, y nunca me he sentido tan a gusto conmigo mismo.
Y pensar que esto lo ha conseguido una sola persona... Soy
yo quién tiene que darte las gracias, porque tú eres la razón de mi liberación
y nunca lo habría conseguido de no ser por ti.
Te necesito a mí lado. Eres la razón de mi felicidad… ¡Y me
encanta!