viernes, 14 de enero de 2011

Evasión

Odio que me digan que aún sigo siendo un crío que me comporto como si tuviera doce años. El hecho de que mi estatura está lejos de la media de chicos españoles da más credibilidad a esta hipótesis de filósofos y filósofas baratos que se creen con derecho a opinar de cosas que no les incumbe.

Es cierto que a veces parece que no esté bien de la cabeza y me comporto de forma extraña, pero no infantil ni inmadura. Simplemente tengo que liberar todo lo que siento en gestos estúpidos y monólogos cansinos, pero nadie se da cuenta de que yo, a diferencia de los críos que solo tienen la intención de molestar y divertirse, luzco una sonrisa de felicidad en mi rostro. O puede que no estén por la labor de seguirme la corriente, puesto que siempre me comporto así en plenos exámenes o los viernes de una semana agotadora, es decir después de periodos de tiempo agotadores. Simplemente es mi forma de afrontar los problemas que me plantea la vida: con una sonrisa. Mi comportamiento simplemente surge de la felicidad y la emoción y resulta infantil al ser yo el único que se comporta así, puesto que cuando estamos todos haciendo el imbécil nadie se queja.

Muchos me han dicho que mi visión del mundo es onírica y que vivo en un mundo diferente a la realidad. A lo que yo contesto que la realidad no es feliz ni emocionante y que yo prefiero sonreír a la realidad que no sufrirla o rehuirla. Aún así hay gente que sigue empañada en no dejar de sufrir...

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